Breve historia del Manicomio La Castañeda

 

Si bien la locura ha estado siempre presente en la historia de la humanidad, fue a principios del siglo XIX cuando inició la configuración de un campo médico especializado en comprender, diagnosticar y dar tratamiento a una compleja diversidad de sujetos que fueron llamados fatuos, locos, orates o enfermos mentales. Personajes como Phillippe Pinel en Francia, William Tuke en Inglaterra y Vicenzio Chiarugi en Italia lideraron la consolidación de una especialidad médica llamada alienismo, la cual tenía como fundamento la eficacia terapéutica del encierro manicomial. De manera simultánea, estos nuevos especialistas señalaron la necesidad de escuchar al loco, observar su cuerpo y comprender sus delirios con el objetivo de crear esquemas nosológicos que permitieran clasificar de manera científica la diversidad de afecciones que estaban detrás del genérico término de locura. 

En México, el interés de algunos médicos por las formas de locura, su sintomatología, etiología y terapéutica se hizo evidente en las últimas décadas del siglo XIX, lo cual se reflejó en la publicación de tesis y artículos. Particularmente, la epilepsia, el alcoholismo y la histeria fueron las afecciones que despertaron mayor atención.

Desde la época de la Colonia existían “asilos para dementes”, que operaban bajo la lógica de la caridad cristiana: el Hospital del Divino Salvador para mujeres y el Hospital de San Hipólito para hombres. Sin embargo, a finales del siglo XIX comenzó a planearse la clausura de estos establecimientos y la construcción de uno nuevo que modernizara la atención a los pacientes mentales.

Fachada del Hospital del Divino Salvador
Fachada del Hospital del Divino Salvador. Fototeca de la Coordinación Nacional de Monumentos Históricos, INAH
Iglesia de San Hipólito.
Iglesia de San Hipólito. Archivo Casasola, Fototeca Nacional, INAH

La estabilidad política y económica llegó durante la presidencia de Porfirio Díaz, quien consolidó el Estado liberal e hizo del progreso y la modernización su bandera de gobierno. La economía interna tuvo un gran desarrollo a partir de la creación de miles de kilómetros de ferrocarril, la reducción de la deuda externa y la inserción de las actividades minera y manufacturera mexicana en los mercados internacionales. Los intelectuales de la élite porfiriana, conocidos como “los científicos”, retomaron el positivismo de Auguste Comte y el darwinismo social de Herbert Spencer como referentes para la toma de decisiones de gobierno en aras de tomar una distancia radical de cualquier referente religioso o metafísico que pudiera incidir en las políticas públicas. En el terreno de la salud pública hubo cambios substanciales. El Consejo Superior de Salubridad amplió sus potestades gracias a la expedición del Código Sanitario de 1891, el cual lo hacía la instancia encargada de controlar las epidemias, realizar inspecciones sanitarias, dirigir las campañas de vacunación y autorizar el ejercicio de la medicina. Además, para fomentar la investigación en ciencias médicas se crearon el Instituto Médico Nacional (1888), el Instituto Bacteriológico (1905) y el Instituto Patológico Nacional (1901). La atención médica se vio renovada con la creación del Hospital General (1905), cuyo objetivo era llevar a los pacientes los diferentes avances científicos de la época.

Manicomio de la Castañeda en Mixcoac, vista general, ca. 1910. Fuente: Fototeca Nacional, INAH

Vista general del Manicomio de la Castañeda en Mixcoac, ca. 1910. Fototeca Nacional, INAH

 

 

Para dar tratamiento a los locos, la élite porfiriana pugnó por la construcción de un manicomio moderno que debía estar a las afueras de la ciudad, en un sitio ventilado, con suficiente agua y zonas verdes, al margen del ruido citadino. Se comisionó al médico Román Ramírez para que hiciera un viaje por las instituciones psiquiátricas más importantes de Europa y de Estados Unidos con el objetivo de que elaborara una propuesta de un asilo vanguardista (véase Román Ramírez, El manicomio: informe escrito por comisión del Ministerio de Fomento, México, Oficina Tipográfica de la Secretaría de Fomento, 1884, 110 p., planos). Después de valorar cuál era el sitio ideal para este nuevo edificio, se decidió construirlo en la antigua hacienda La Castañeda, localizada en el pueblo de Mixcoac, en la Ciudad de México.

Inauguración de La Castañeda

 

Inauguración de La Castañeda.
Inauguración de La Castañeda.
 
Inauguración de La Castañeda. Fototeca Nacional, INAH.
 
Inauguración de La Castañeda. Fototeca Nacional, INAH.

El ingeniero constructor fue Porfirio Díaz Ortega, hijo del presidente, quien erigió un conjunto de 24 edificios en un terreno de 144 000 metros cuadrados para albergar a 1 200 pacientes. Embajadores, el gabinete presidencial, miembros de la élite porfiriana y familias distinguidas asistieron a la inauguración del nuevo Manicomio General La Castañeda el 1 de septiembre de 1910, evento que dio inicio a las pomposas fiestas del Centenario de la Independencia. La obra era un complejo de tres hileras de edificios, los centrales eran administrativos y de Servicios Generales, los de la derecha eran para hombres y los de la izquierda para mujeres. En la parte posterior había una extensa granja destinada al cultivo de vegetales que en algunos momentos produjo el alimento suficiente como para abastecer a los internos de otras instituciones de la beneficencia pública. Además de pabellones para alcohólicos, epilépticos, los denominados infecciosos e imbéciles, también hubo para distinguir a los enfermos según la posición social: Distinguidos, Tranquilos A y Tranquilos B. En el primero estaban quienes podían pagar ciertas comodidades como dormir en un cuarto privado, no usar el uniforme, tener visitas a cualquier hora, contar con un médico externo y conservar objetos personales como libros o instrumentos musicales. En Tranquilos A se encontraban los “indigentes” que carecían de recursos económicos, y en Tranquilos B, quienes podían pagar una mensualidad que teóricamente les permitía comer mejor que los indigentes. Así, pacientes pobres y adinerados encontraron un lugar en el nuevo manicomio general. En el discurso de inauguración Porfirio Díaz dijo que este evento significaba la llegada de la ciencia y la modernidad al terreno de la locura, ya que los pacientes tendrían un espacio donde profesionales se encargarían de suministrar tratamientos apropiados en lugar de castigo y maltrato. Sin embargo, poco después de inaugurado, estalló la Revolución Mexicana y dieron inicio otros problemas.

Plano del Manicomio General
Plano del Manicomio General

La crisis revolucionaria y la primera generación de psiquiatras

Meses después de haber sido inaugurado el manicomio general estalló la Revolución. La institución que fue pensada para un México moderno donde el progreso y la civilización debían imperar comenzó a funcionar en el marco de una cruenta guerra civil. Durante ese periodo la vida del manicomio tuvo dos características: la primera es que hubo un descenso notable de la población. Había sido inaugurado con 754 pacientes y la cantidad de ingresos se redujo notablemente al punto de que en 1915 llegaron a las puertas menos de 400. En el momento de mayor crisis social fue cuando menos pacientes ingresaron, lo cual contrasta radicalmente con las décadas posteriores, cuando al tiempo que aumentaba la estabilidad política, asimismo se incrementaba la población psiquiátrica. La segunda, hubo una gran inestabilidad laboral; durante la década revolucionaria el manicomio tuvo 14 directores, algunos de los cuales estuvieron solo un par de meses, esto debido a que los pagos no llegaban de manera cumplida. Entre los muchos médicos que laboraron de manera eventual en La Castañeda estuvo el reconocido escritor Mariano Azuela, quien trabajó solo tres meses. 

Pacientes de La Castañeda. Fototeca Nacional, INAH
Pacientes de La Castañeda. Fototeca Nacional, INAH

Como la capital mexicana, el manicomio vivió falta de alimentos, agua, medicamentos y una letal epidemia de tifo durante la década revolucionaria. De manera específica, entre 1913 y 1917 hubo una abundante correspondencia entre las autoridades del nosocomio, el gobierno de la capital y la beneficencia, en la cual se evidencia la falta de pagos a los empleados, una reducción en las raciones de comida y una preocupante carencia de ropa y medicamentos. Además, la mayoría de los pacientes que ingresaron entre 1914 y 1916 fallecieron semanas después de haberse incorporado, muchos de ellos afectados por infecciones gastrointestinales y tuberculosis. Las balas de la revolución también resonaron al interior del manicomio cuando se convirtió en campo de batalla entre zapatistas y carrancistas. Un contingente de leales a Emiliano Zapata ingresó en enero de 1915 y desde allí repelió las balas de un grupo de soldados de Venustiano Carranza. Allí estuvieron por dos semanas y al final, cuando se retiraron, se llevaron algo de alimento, una máquina de escribir y, según los registros clínicos, un general zapatista “dio de alta” a cuatro pacientes que se unieron a las filas revolucionarias. Al otro día ingresaron los carrancistas y tomaron La Castañeda por varios días. Cuando se retiraron, las autoridades reportaron que estos últimos asustaron a los pacientes ya que durante varias horas corrieron en sus caballos y dispararon al aire en los jardines donde paseaban los internos (véase Andrés Ríos Molina, La locura durante la Revolución mexicana. Los primeros años del Manicomio General La Castañeda, 1910-1920, México, El Colegio de México, 2009, 254 p.).

En la década de 1920 inició un largo proceso de reconstrucción nacional y la salud pública se convirtió en una de las prioridades de los gobiernos posrevolucionarios. Además de crear la Escuela de Salubridad (1922), desde el recién creado Departamento Superior de Salubridad, se impulsaron ambiciosas campañas sanitarias para atacar enfermedades como la fiebre amarilla, la uncinariacis, el paludismo, las afecciones venéreas y el alcoholismo. De manera particular, la Fundación Rockefeller invirtió recursos para la capacitación de personal y para equipar laboratorios de investigación biomédica. Esto vino aparejado de un crecimiento del personal de salud: tanto médicos como enfermeras visitadoras, sanitaristas, rociadores, notificadores y una gran cantidad de personas entraron a trabajar a dicho departamento. 

En el terreno psiquiátrico el proceso fue más lento. En 1922 Enrique Aragón publicó un informe demoledor que daba cuenta de las múltiples crisis de La Castañeda: el deterioro de las instalaciones, las camas, los utensilios de cocina; la ropa de los internos era realmente lamentable. Sin embargo, los cambios llegaron hasta 1928, cuando fue nombrado como director el mayor de la primera generación de psiquiatras Samuel Ramírez Moreno, quien impulsó una transformación administrativa y un proyecto de capacitación para personal de enfermería y vigilancia con la intención de mejorar el trato que se le daba a los pacientes psiquiátricos; además, hizo numerosas investigaciones sobre la parálisis general progresiva y sobre los tratamientos para la esquizofrenia. 

Samuel Ramírez Moreno
Samuel Ramírez Moreno
Manuel Guevara Oropeza
Manuel Guevara Oropeza
Médicos de La Castañeda
Médicos de La Castañeda

Otro miembro de la primera generación de psiquiatras fue Manuel Guevara Oropeza, quien dirigió tres veces La Castañeda, enseñó clínica psiquiátrica y dio a conocer las teorías de Emile Kraepelin, lo cual significó el reemplazo de la escuela francesa por la alemana; además, impulsó la laborterapia, el deporte y lideró una campaña por mejorar la imagen de la institución. 

Los pacientes de La Castañeda
Los pacientes de La Castañeda
Los pacientes de La Castañeda
Los pacientes de La Castañeda
 
Pacientes desempeñando labores en los talleres y diversos ejercicios. Fototeca Nacional, INAH

Mathilde Rodríguez Cabo fue la primera mujer psiquiatra en México. En 1930 viajó a Berlín para especializarse en psiquiatría en la Universidad Humboldt. A su regreso a México, en 1932, se encargó de crear el Pabellón de Psiquiatría Infantil en el Manicomio General, mismo que dirigió durante 25 años.

Inauguración del Pabellón de Psiquitaría Infantil. Noviembre 1940
Pacientes de la Castañeda

 

Alfonso Millán Maldonado también dirigió el manicomio e impulsó diferentes legislaciones para la defensa de los pacientes; además,  fue el fundador de la Liga Mexicana de Higiene Mental. Leopoldo Salazar Viniegra estuvo a cargo del Hospital de Toxicómanos, construido en los terrenos de La Castañeda, y su postura de defender públicamente la despenalización del consumo de marihuana produjo su marginación. Afirmó que era un problema de salud pública y no de criminalidad, lo cual sustentó en numerosos experimentos con los que demostró que la marihuana no generaba comportamientos violentos y argumentó que no debía penalizarse el consumo. Mario Fuentes se dedicó a investigar sobre la epilepsia y fue de los iniciadores de la neurología en México. Raúl González Enríquez escribió sobre el psicoanálisis y realizó investigaciones sociales sobre la conducta social de los reos en las prisiones. Finalmente, Edmundo Buentello fue promotor de la higiene mental desde la Secretaría de Gobernación, donde lideró una campaña para que la prevención de la locura fuese una política prioritaria para ser impulsada desde el Estado. Valga mencionar que, si bien hubo otros médicos, éstos fueron los que tuvieron posiciones de liderazgo tanto en la clínica como en llevar los beneficios de la psiquiatría a la sociedad mexicana. 

La higiene mental, el psicoanálisis y las neurociencias

Los miembros de la primera generación de psiquiatras no sólo hicieron notables esfuerzos por mejorar la atención de los pacientes en La Castañeda, sino que, además, trabajaron para que la psiquiatría saliera de los muros de los asilos y se convirtiera en una herramienta para la detección temprana de los sujetos que podrían terminar sus días en el encierro psiquiátrico. Esto significó que la psiquiatría no únicamente debía tener una función terapéutica sino también preventiva. Para tales fines, los médicos de La Castañeda militaron activamente en el movimiento de higiene mental iniciado en Estados Unidos por Clifford Beers, un expaciente psiquiátrico que en 1908 había publicado una autobiografía en la cual señalaba los múltiples abusos cometidos en las instituciones psiquiátricas en las que estuvo. Beers impulsó un movimiento mundial enfocado en el mejoramiento de las condiciones de vida de los pacientes y en el diseño de estrategias para prevenir la locura. Para cohesionar a los miembros de la sociedad civil interesados en impulsar este proyecto, las ligas de higiene mental se convirtieron en el dispositivo encargado de articular los ideales del movimiento con las necesidades locales. La primera de ellas fue la Liga de Higiene Mental de Massachusetts (1920) y, a partir de ahí, se crearon centenares de ligas diversas partes del mundo. Las primeras en América Latina se ubicaron en Argentina, Chile, Brasil y México (1936). Al primer Congreso Internacional de Higiene Mental organizado en Washington en 1930 asistió Samuel Ramírez Moreno como representante de México, y en los posteriores (París en 1938 y Londres en 1948) acudió Alfonso Millán en su calidad de presidente de la Liga Mexicana de Higiene Mental. En dichos congresos Millán expuso ampliamente las reformas que se habían implementado en La Castañeda para hacer más eficiente la atención, como la creación de un servicio de consulta externa, la incorporación del trabajo agrícola, y la inauguración de los talleres de manualidades, las clases de música y la Escuela para Niños Anormales. 

El trabajo de la higiene mental no se limitó a La Castañeda, pues los primeros psiquiatras trabajaron de manera estrecha con la Secretaría de Educación Pública para la fundación del Instituto de Psicopedagogía en 1934, cuyo objetivo era conocer las características mentales del niño mexicano. (Véase el libro de la Secretaría de Educación Pública: Instituto Nacional de Psicopedagogía, México, Talleres Gráficos de la Nación, 1936, 93 p.).

Desde dicha instancia se crearon las clínicas de la conducta, que ofrecían tratamiento a niños “anormales” con dificultades de aprendizaje,  y a niños “problema”, cuya conducta era considerada conflictiva porque impedía el buen aprovechamiento. Por ello en los primeros se usaban criterios clínicos como imbecilidad, retraso mental e idiotismo, mientras que en los segundos se hacía referencia a niños con hábitos sexuales “anormales”, peleones, amantes de crear incendios, golpeadores de animales, hijos de padres divorciados, masturbadores, entre otros. Esto implicó la incursión de la psiquiatría en el ámbito educativo. Las clínicas fueron atendidas por un equipo compuesto por médicos, psicómetras, pedagogos, enfermeras y trabajadoras sociales. Sin embargo, estas no se limitaron al terreno educativo, ya que varias fueron creadas en cárceles y correccionales para menores de edad. En este interés por prevenir la locura y la criminalidad, la higiene mental encontró en las ciencias sociales y humanas herramientas conceptuales y metodológicas para comprender la relación entre el entorno social, la aparición de enfermedades mentales y el comportamiento criminal. Este interés se hizo evidente en diferentes investigaciones que, particularmente, recurrieron a la antropología y al psicoanálisis culturalista. Por ejemplo, González Enríquez publicó diversos trabajos en los que analizaba la vida sexual de los presos de las Islas Marías, y Buentello escribió sobre la prostitución, el tráfico vehicular, los braceros que venían de Estados Unidos, entre otros temas. (Véase Andrés Ríos Molina, “La psicosis del repatriado. De los campos agrícolas en Estados Unidos al Manicomio La Castañeda en la ciudad de México, 1920-1944”, Mexican Studies/Estudios Mexicanos, v. 27, n. 2, 2011, p. 361-384).  

Fue tal la relevancia que adquirió la higiene mental en México que el país fue sede del Cuarto Congreso Internacional en 1951, en el cual participaron personajes como Erich Fromm, Oscar Lewis, Juan Comas y el criminalista Alfonso Quiroz Cuarón y en el que se discutió ampliamente el papel de la cultura en las afecciones mentales. 

Para los primeros psiquiatras mexicanos, particularmente los que impulsaron el movimiento de higiene mental, el psicoanálisis era una herramienta útil para el análisis de la relación entre salud mental y cultura. El primer texto sobre este tema fue la tesis recepcional de Manuel Guevara Oropeza titulada Psicoanálisis (1922), en la cual comparaba las propuestas de Sigmund Freud con las de Pierre Janet, Gustav Jung y Alfred Adler, y finalizaba rechazando a Freud por su conocido “pansexualismo”. Esta tendencia fue bastante recurrente en México, sobre todo los primeros textos sobre psicoanálisis, que fueron críticos con Freud y más proclives a aceptar a Janet, quien visitó México en 1925. Asimismo, Adler fue un referente central para Samuel Ramos en su muy conocido texto “Psicoanálisis del mexicano” (1934), en el cual explicaba las implicaciones del complejo de inferioridad heredado desde el trauma ocurrido en la conquista española. 

En las décadas de 1930 y 1940 hubo numerosos lectores de Freud en México, como lo ha demostrado Rubén Gallo en su libro Freud en México. Historia de un delirio (México, Fondo de Cultura Económica, 2013, 371 p.), pero el momento realmente significativo fue la llegada de Erich Fromm en 1949. Este reconocido filósofo y sociólogo berlinés llegó a México procedente de Estados Unidos debido a que su esposa padecía artritis reumatoide y su salud requería un clima cálido, razón por la cual se instalaron en la ciudad de Cuernavaca. 

Alfonso Millán y Raúl González Enríquez fueron de los primeros psiquiatras en acercarse a Fromm para invitarlo a incorporarse a la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Autónoma de México, para que impartiera formación psicoanalítica a un selecto grupo de médicos. Así, con la versión culturalista del psicoanálisis frommiano, se logró consolidar un grupo de estudiantes y académicos interesados en comprender la relación entre psique y cultura en grupos sociales marginados, lo cual se tradujo en reconocidos trabajos sobre los campesinos del Estado de Morelos, en los que se articulaba la sociología con una lectura marxista del psicoanálisis. El legado de Fromm se hizo más evidente cuando se fundó la Sociedad Mexicana de Psicoanálisis (1956); además, en el terreno editorial, el Fondo de Cultura Económica fue un punto de apoyo importante ya que Ramón de la Fuente, quien fue uno de los médicos más cercanos a Fromm, no sólo creó la colección editorial Psiquiatría, psicología y psicoanálisis, en la que  se publicaron todas sus obras, sino también la revista que llevaba el mismo título, donde el berlinés fungió como director y autor de numerosos artículos. 

En la década de 1950 los neurólogos Dionisio Nieto y Manuel Velasco Suárez afirmaron con preocupación en repetidas ocasiones que el enfoque psicoanalítico estaba desplazando a las neurociencias. Sin embargo, la historiografía ha demostrado que al tiempo que los médicos de La Castañeda se interesaban en el psicoanálisis, hubo un fuerte impulso a la investigación en neurociencias. 

Dionisio Nieto trabajando con cerebros seccionados en el Manicomio General, c. 1950. Fototeca del AGN, Fondo Hermanos Mayo

Dionisio Nieto

Una muestra de ello es que Manuel Guevara Oropeza, quien hizo la primera tesis sobre psicoanálisis, fundó junto con con Mario Fuentes la Sociedad Mexicana de Neurología en 1938. Valga mencionar que Fuentes fue quien más se interesó en los estudios sobre la epilepsia. El interés en las neurociencias inició con Samuel Ramírez Moreno, quien construyó el primer electroencefalógrafo, diseñó protocolos para la aplicación de electrochoques en aras de curar la esquizofrenia y también probó el empleo de nuevos psicofármacos; estos avances se reportaron periódicamente en la Revista Mexicana de Psiquiatría, Neurología y Medicina Legal. Dicha tendencia se vio reforzada con la llegada de un grupo de neurólogos españoles refugiados a causa de la guerra civil en su país (1936-1939) y formados en la escuela de Santiago Ramón y Cajal. Entre ellos se puede destacar a Dionisio Nieto (1908-1985), quien fue pionero en neuropatología, psiquiatría experimental, bioquímica del cerebro y en neuroanatomía comparada. Sus investigaciones constituyeron el inicio de la psiquiatría biológica en México. Nieto se había formado con José Sanchiz Banús –quien influyó para que la psiquiatría española se vinculara firmemente con la neurohistología– y con Pío del Río Hortega. A los 24 años fue becado para estudiar en Alemania, donde realizó varias estancias en Berlín y Marburgo. Con el apoyo de la Casa de España, llegó junto con su esposa al puerto de Veracruz en abril de 1940, cuando contaba con 32 años. Fue contratado en La Castañeda y se le asignó la Sección de Anatomía Patológica, que llevaba varios años sin funcionar; allí comenzó a reunir cerebros de pacientes que habían sufrido epilepsia, cisticercosis, alcoholismo, Parkinson, etcétera. 

Después de dos décadas de trabajar en condiciones precarias, Nieto logró que se creara el Pabellón Piloto, el cual funcionó de “manera ejemplar” porque los pacientes vivían en mejores condiciones que el resto de los internos. Allí trabajó hasta 1964, cuando se inauguró el Instituto Nacional de Neurología y Neurocirugía. Al mismo tiempo, y con el apoyo de la Fundación Rockefeller, en 1940 Nieto fundó el Laboratorio de Estudios Médicos y Biológicos de la UNAM, junto a otros españoles inmigrantes: Isaac Costero, Jaime Pi Suñer, Gonzalo Rodríguez Lafora e Ignacio González Guzmán, espacio que hoy se conoce como el Instituto de Investigaciones Biomédicas. Uno de los grandes aportes de Nieto fue el diagnóstico de la cisticercosis, la cual es provocada por un parásito que se aloja en el cerebro, patología que solía confundirse con tumores cerebrales. Para su diagnóstico diseñó la Reacción Nieto (antígeno-anticuerpo) que continúa usándose. Así, en las décadas de 1940 y 1950, el Manicomio La Castañeda fue el espacio donde convergieron el psicoanálisis, la higiene mental y las neurociencias.

 

El plan Castañeda: una reforma para descentralizar

A finales de la década de 1930 La Castañeda albergaba 3 800 pacientes, es decir, casi triplicaba la cantidad de internos que podía atender. Esto generó hacinamiento, insalubridad y una limitada eficacia terapéutica en función de los pocos médicos que laboraban en la institución. Por ello, en 1941 Manuel Guevara Oropeza redactó un documento dirigido a Gustavo Baz, director del Departamento de Salubridad, en el que exponía los problemas del manicomio y enfatizaba que el modelo de asilo había caducado desde varias décadas atrás, razón por la cual sugería una reforma radical que acabara con la centralización y se impulsara un proyecto para la construcción de granjas en las que los pacientes pudieran trabajar y, así, insertarse laboralmente en la sociedad. Para tales fines, las nuevas instituciones debían estar fuera de la ciudad, donde hubiese terrenos disponibles para tales labores. Este argumento no estaba exento de una notable paradoja ya que La Castañeda se había construido bajo la misma premisa en 1910: sacar a los pacientes del bullicio citadino y llevarlos al contexto del bucólico silencio del campo para que la naturaleza hiciese lo propio para restaurar la salud mental. Pero a inicios de la década de 1940 la Ciudad de México había crecido notablemente y el pueblo de Mixcoac comenzaba a ser absorbido por una capital cuya población aumentaba a pasos agigantados. La sugerencia de Guevara Oropeza fue escuchada y en respuesta las autoridades sanitarias impulsaron una reforma para construir una red de granjas y hospitales para descentralizar la atención psiquiátrica y ofrecer atención diferenciada a pacientes agudos y a enfermos crónicos. Esta reforma ocurrió en dos etapas: la primera tuvo lugar entre 1945 y 1948, cuando se construyeron tres granjas bajo la lógica de poner a trabajar a los pacientes en el campo y así sacarlos del letargo del asilo; y la segunda ocurrió entre 1961 y 1968, cuando se construyeron ocho instancias que llevaron a la clausura de La Castañeda.

La primera institución de dicha reforma fue la Granja de San Pedro del Monte, construida en 1945 en el estado de Guanajuato, a donde fueron enviados 400 pacientes de La Castañeda. La idea fundamental era que el trabajo les permitía a los pacientes recuperar la concentración, la coordinación y la capacidad de seguir órdenes, en aras de incorporarse nuevamente a la vida laboral. Como lo ha señalado Cristina Sacristán (“Reformando la asistencia psiquiátrica en México. La Granja de San Pedro del Monte: los primeros años de una institución modelo,1945-1948”, Salud Mental, v. 26, n. 3, junio de 2003, p. 57-65), la idea que subyacía en la terapéutica era que el loco estaba “recuperado” en tanto pudiera incorporarse al mundo laboral y así desempeñar un papel importante en la pujante economía nacional. Debe tenerse presente que esta iniciativa tuvo lugar en el marco del conocido “Proyecto hospitales”, impulsado durante la presidencia de Manuel Ávila Camacho (1940-1946) y en el cual arquitectos y pintores de la escuela muralista participaron en la planeación de numerosos nosocomios. Además, en 1943 se crearon el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) y la Secretaría de Salubridad y Asistencia (SSA), la cual fusionó el Departamento Superior de Salubridad y la Secretaría de Asistencia. Así, el renovado impulso del Estado en materia de salud impactó directamente el ámbito psiquiátrico.

La segunda etapa de la reforma psiquiátrica se conoció como “Operación Castañeda”, la cual consistió en crear una ambiciosa red institucional que permitiera clausurar el manicomio de la época porfiriana. Esta fue impulsada por Manuel Velasco Suarez, director de Neurología, Salud Mental y Rehabilitación a partir de 1959, quien propuso la construcción de tres tipos de instituciones: unidades de salud mental en centros de salud dirigidos a la prevención y atención temprana; unidades de alta especialidad para pacientes agudos en las que se contara con camas y consulta externa, y hospitales granja para enfermos crónicos bajo el modelo de comunidad terapéutica. En consecuencia, se crearon cuatro hospitales campestres con capacidad para 500 personas cada uno: el Adolfo Nieto, para pacientes mujeres de larga recuperación; el Rafael Serrano, para pacientes de ambos sexos de larga recuperación; el Samuel Ramírez Moreno, para varones de larga recuperación; y el albergue Fernando Ocaranza, para enfermos incurables. Además, se erigieron dos hospitales: el Fray Bernardino Álvarez, para 600 pacientes de corta recuperación, y el Hospital Infantil Juan N. Navarro, para 200 niños. 

Esta reforma se plasmó en el documental Puertas cerradas (1957), producido por el cineasta Francisco del Villar. Hay que tener presente que la Secretaría de Salubridad y Asistencia tuvo un departamento de educación higiénica y propaganda, desde el cual se hicieron numerosos documentales para enseñarle a la población hábitos higiénicos, difundir la importancia de las vacunas y mostrar las acciones del Estado en materia sanitaria. En dicho marco, Del Villar hizo cuatro cortometrajes, y uno de ellos tuvo como objetivo justificar la clausura del Manicomio La Castañeda. Esta institución aparece como un espacio lúgubre, sucio, donde los pacientes sufren, gritan y jamás recuperan su salud mental; como un sitio donde las ideas arcaicas basadas en las supersticiones hacían que la gente maltratara a los locos al considerarlos embrujados o poseídos por el demonio. Esta triste realidad iba a quedar en el pasado gracias a la reforma psiquiátrica impulsada por el Estado mexicano, ya que, a la mitad del cortometraje, el escenario cambia complemente y una voz en off dice: “ya no más puertas cerradas”, e inmediatamente en escena aparece una granja donde los pacientes sonríen, practican deportes, juegan cartas, dominó, nadan en la alberca, cuidan los animales del establo, trabajan en los diferentes talleres y en los terrenos para producir verduras. La música de fondo pasa de ser de película de terror a convertirse en festiva y alegre. El documental presenta una ambiciosa reforma que ha humanizado finalmente la atención a los pacientes psiquiátricos ya que la terapéutica “moderna” ha llegado a México. Según Cristina Sacristán, (“Un Estado sin memoria. La abolición ideológica de la institución manicomial en México (1945-1968)”, VERTEX. Revista Argentina de Psiquiatría, v. XXII, p. 314-317), resulta notable la forma en que el Estado impulsó una especie de olvido ya que La Castañeda, como ya señalamos, había sido un espacio donde nació la psiquiatría, la neurología y el psicoanálisis en México. Sin embargo, este documental obviaba más de cincuenta años de constantes esfuerzos por parte de los psiquiatras para mejorar la atención en el manicomio y presentaba el arribo de una “modernidad” psiquiátrica basada en el final del modelo de asilo y el inicio de las granjas, donde el trabajo, la naturaleza y el trato humano renovarían el panorama psiquiátrico de México.

Para Guillermo Calderón Narváez, el último director de La Castañeda, un problema de dicha reforma fue que se gestó desde las altas esferas del Estado sin consultar a los psiquiatras. El mismo Guevara Oropeza afirmó en una entrevista lo sorpresiva que resultó la decisión de la demolición de los edificios que, además, significó una masacre ambiental, ya que por una orden superior se acabó con un bosque que estaba en la parte posterior del manicomio. Además, como lo ha demostrado Daniel Vicencio, (“‘Operación Castañeda’. Una historia de los actores que participaron en el cierre del Manicomio General, 1940-1968”, en La psiquiatría más allá de sus fronteras. Instituciones y representaciones en el México contemporáneo, México, UNAM, IIH, 2017, p. 31-88) esto constituyó un jugoso negocio inmobiliario, ya que se construyeron dos gigantescas unidades habitacionales en el marco de la expansión de la mancha urbana. 

Podría pensarse que el cierre del manicomio fue la oportunidad para hacer una reforma psiquiátrica que eliminara el modelo de asilo e impulsara la atención primaria, siguiendo los lineamientos sugeridos por la Organización Mundial de la Salud. Sin embargo, el Estado mexicano decidió vertebrar los servicios en dos ejes: granjas para enfermos crónicos y hospitales de alta especialidad para pacientes agudos, y dejó de lado el proyecto de atención primaria, en detrimento de las unidades de salud mental insertas en los centros de salud. Como lo ha señalado la investigadora Cristina Sacristán (“Curar y custodiar. La cronicidad en el Manicomio La Castañeda, Ciudad de México, 1910-1968”, Asclepio, v. 69, n. 2, 2017, p. 193), además de la ausencia de un proyecto para impulsar la atención primaria, rápidamente quedó claro el fracaso de las granjas debido a que los recursos asignados fueron insuficientes tanto para el mantenimiento como para la contratación de personal capacitado; además, los hospitales se volvieron a llenar rápidamente debido al aumento exponencial de la población mexicana durante la década de 1970. 

La historia del Manicomio General La Castañeda es una sucesión de intentos por modernizar la atención psiquiátrica en México, pero desafortunadamente por falta de recursos económicos tal transformación siempre se postergó. Si bien hubo condiciones de hacinamiento e insalubridad, también se hizo investigación científica y se formaron los primeros psiquiatras y neurocientíficos de México. Se trata de una institución llena de contrastes, que constituye una ventana para comprender fenómenos relacionados con la historia de la salud, de la ciencia y de la cultura en México. Es una historia que todavía no ha terminado de ser escrita y ojalá que futuras investigaciones permitan avanzar en el conocimiento de este famoso espacio para el encierro de la locura.

Inauguración de La Castañeda
Imagen aérea donde se indica con un círculo la ubicación del Manicomio General en 1968. Compañía Mexicana de Aerofoto
Inauguración de La Castañeda.
Desalojo de La Castañeda. Archivo de El Universal